Todos los 23 de septiembre se celebra el Día de la Visibilidad Bisexual, o Día de la Visibilidad Bi si queremos ser más inclusivos con las personas asexuales por ejemplo. Este día se lleva celebrando desde 1999 y todavía seguimos necesitándolo por la discriminación, borrado y violencias que sufrimos las personas bisexuales. Seguimos necesitando un día en el que se nos haga caso y se nos ceda espacio porque el resto del año seguimos siendo una realidad invisible o que no tiene importancia. Necesitamos reclamar que se nos vea y se nos reconozca, no importa el día.
Dijo Manuela Trasobares en aquella intervención icónica de la televisión: «¿Por qué nos hemos de reprimir? Durante tantos años la represión, la máscara… ¿De qué me tengo que disfrazar ahora?» Ella hablaba de las mujeres trans y de las violencias y opresiones que sufrían, y que a día de hoy siguen sufriendo, pero en concreto este fragmento de su intervención se podría aplicar a las personas bi. No hay forma de que encajemos en las categorías que la sociedad ha construido porque esas categorías son patriarcales, heteronormadas, cisgénero y monosexistas (ahora aclaro que es esta palabra). Como bisexuales se nos exige con esas formas tan sutiles de la presión social, aunque a veces no son tan sutiles, que cambiemos quienes somos para encajar en determinados entornos o situaciones, porque ser como realmente somos no parece ser suficiente.
El monosexismo es una estructura social que presupone e impone que todas las personas nos sentimos atraídas hacia un único género. Las presiones monosexistas provienen de todos los ámbitos sociales: la educación, la moral religiosa, los discursos psicológicos y científicos, la representación en el arte y en los medios de comunicación, las relaciones interpersonales, etc. manifestándose todas estas en multitud de detalles de la vida cotidiana. Los prejuicios, que son una de las caras más visibles del monosexismo, calan en todos los ámbitos haciendo que suframos diferentes violencias porque casi toda persona bi ha escuchado en algún momento que somos más promiscuos, infieles, propagadores de ITS entre los inocentes heteros, incapaces de establecer una relación estable… y así un largo etcétera. A este tipo de violencias monosexistas hacia las personas bi las llamamos bifobia.
Para evitar situaciones incómodas, discriminación, o simplemente por su salud mental, las personas bisexuales tienen que ocultar quienes son, ponerse una máscara diferente dependiendo de la situación y el contexto. Si tienen una pareja de un género diferente al suyo y esta es además heteronormativa es probable que tenga que usar una máscara de hetero para evitar comentarios y sospechas. Pero, cuidado, que si termina con esa pareja y acaba con otra de su mismo género va a escuchar cosas como: «todo este tiempo ha estado ocultando su homosexualidad», «era un gay reprimido», «lo hizo solo para guardar las apariencias». Aunque también ocurre dentro del colectivo LGTBIAQ+, cuando un gay o una lesbiana plantean que tienen dudas o que son bi saltan los comentarios sobre dejarse presionar por la familia o el entorno para encajar. Nunca se toma en serio la bisexualidad y si las personas bi quieren sobrevivir necesitan adoptar la máscara de hetero, gay o lesbiana según la circunstancia.
Pero también hay violencias más sutiles que nos obligan a adoptar otros tipos de máscaras. Los chicos bi no pueden tener pluma, de hecho muchos gays estereotipan a los chicos bisexuales en una masculinidad bastante hegemónica y si no encajan en ella son gays que tienen miedo de reconocer su homosexualidad por mucho que digan que son bisexuales. Aquí, la bifobia y la plumofobia se dan la mano para que nos veamos obligados a llevar una máscara de heteronormatividad. Las mujeres bisexuales también tienen que ponerse esa misma máscara pero para no ser fetichizadas por hombres hetero (a veces también por sus parejas) y ser reducidas a un mero juguete sexual. También nos podemos ver en la obligación de fingir haber tenido un gran historial de parejas que incluya a varios géneros para que se plantee al menos la posibilidad de ser bisexuales, cosa que no ocurre en mucha menos medida cuando alguien dice que es homosexual y prácticamente nunca cuando alguien dice que es hetero.
El monosexismo ejerce su influencia a través de un entramado de elementos que hace que, sutilmente, nos veamos inclinados a adoptar una máscara de heterosexualidad u homosexualidad casi permanente. A esto lo llamamos bifobia. Podríamos definir la bifobia como toda actitud, conducta o discurso de rechazo, repudio, prejuicio, discriminación o intolerancia hacia las personas bisexuales por el hecho de serlo, o ser percibidas como tales. La bifobia hace que las personas bi desarrollemos una serie de sentimientos negativos como el miedo, la vergüenza o la angustia a mantener una relación (sea del tipo que sea) con alguien de un género distinto a la máscara que nos han obligado a adoptar y que cuestionemos constantemente quienes somos. Ni siquiera tenemos espacios seguros donde simplemente ser, sin máscaras, ni dentro ni fuera del colectivo LGTBIAQ+
Toda esta violencia y bifobia que sufrimos a diario nos pasa factura. En el Estado de Salud de la población LGTB española y discriminación en el acceso a la atención sanitaria elaborado en 2015 por FELGTBI+ (por aquel entonces FELGTB) se recogía que el 87,5% de los hombres bisexuales tenían pensamientos depresivos diariamente, mientras que en el caso de los hombres homosexuales la cifra es del 70,3%. Una proporción similar ocurre entre las mujeres bisexuales con un 86% frente al de las lesbianas de un 75,2%. Viendo estos datos es normal que las personas bi hagamos cualquier cosa por mitigar los efectos del monosexismo en nuestras vidas y hacerlas un poco más habitables, aunque ello obligue en muchos casos a enmascarar nuestra orientación.
El monosexismo nos reprime constantemente y eso obliga en muchos casos a usar máscaras a las personas bisexuales, máscaras que por otro lado luego se usan como arma aduciendo que se quería engañar deliberadamente y no que se utilizaran como una táctica de supervivencia. Somos como una pieza azul de puzle que aparece fuera de una caja, podemos encajarla en varios puzles, pero al final la pieza acaba magullada y estropeada, puede que incluso no pueda volver a encajar en su sitio original. Y es que cuando el sistema está hecho con dos moldes ser otra cosa o te obliga a adaptarte a la fuerza o quedarte fuera de todo.
Decía también la gran Manuela Trasobares en aquella intervención: «Porque provoco, porque no soy una victima». Nuestra existencia como personas bi es una provocación para el statu quo, dinamita las lógicas opresivas del cisheteropatriarcado monosexista porque rompemos muchas de las estructuras que han moldeado la sociedad occidental para el privilegio de unos pocos. Las personas bi necesitamos dejar de ser víctimas de la bifobia, necesitamos que el resto del mundo nos vea, nos reconozca y nos entienda. Tenemos que cambiar las máscaras que nos ha estado ocultando hasta ahora por nuestro propio bienestar por otras que nos revelen al mundo y le obligue a aceptarnos tal y como somos. Necesitamos ser visibles porque ocultarnos solo es una tirita poco eficaz en la sangrante herida que es el monosexismo. Exigimos el respeto que se nos lleva negando durante tanto tiempo porque no vamos a dejar de ser y de sentir de la manera en la que lo hacemos.