No, no voy a hacer una versión de la película de Almodóvar. La razón del post de hoy es mi madre, no pretendo dedicarle una entrada porque se que no la va a leer, igual que la mayoría de los tweets y mensajes que dejáis en Facebook porque, al igual que la mía, vuestras madres no son modernas; puede que las vuestras sean algo más modernas que la mía pero tampoco os emocionéis.
Yo hoy vengo a hablar de mi madre, al igual que Umbral iba a hablar de su libro. Hoy lo encuentro necesario más que nunca, porque mientras vosotros habláis de lo maravillosas e increíbles que son vuestras madres yo necesito humanizar a la mía, no es perfecta y por eso es por lo que a veces no se si quererla o matarla, pero creo que eso es inherente a las madres, o ¿es qué mi madre es la rara?
Una de las cosas que siempre me ha desconcertado de mi madre ha sido su capacidad para contarme la misma historia una y otra vez, pero siempre lo hace con el mismo entusiasmo de la primera. De hecho creo que si me pongo a pensar en mi infancia tengo los recuerdos de mi madre filtrados entre los míos, como cuando escondió a mi tío, su hermano, debajo de la cama de mi bisabuela. La cama era tan alta como para que un niño de cinco años cupiera sentado bajo ella. O como cuando trabajaba en Reglero, cuando existía la fábrica de Zamora capital y venía oliendo a Mayuca y mi tía sonámbula le pego un mordisco de noche.
Pero hablar con mi madre no solo se queda en batallitas, bajo la obsesión de que nunca la escucho es capaz de repetirme entre unas tres y dieciséis veces, si he llegado a contarlas, la misma cosa seguida de formas distintas. Pero la reiteración no es lo peor, su elevado tono, que nunca es vocear y cuanto más le digas que vocea más aumentan sus decibelios; pero ya no os quiero contar lo que pasa cuando se junta con mi tía, viviendo en un cuarto sabía que mi tía estaba en casa desde la calle. Lo que no sé es como todavía no estoy sordo.
Y si de hablar va la cosa me gustaría pedir voluntarios para que le explicasen a mi querida madre que es una choni, que es un cani, para que sirve la filosofía y como se maneja un ordenador, porque yo ya desisto llevo años manteniendo las mismas conversaciones con ellas y seguimos en las mismas, no hay forma de que me entienda cuando le explico alguno de estos misterios del mundo moderno. Y digo moderno porque mi madre es muy vintage ella, aún sigue grabando en cintas de cassette canciones de la radio, de vez en cuando le da por poner Modern Talking, Bertín Osborne, A-Ha o Sergio Dalma.
Hoy por hoy debo de dar gracias por tener ya 19 años y ser más cabezota que ella, cosa que ya es difícil, la de veces que he discutido con ella para que me dejara hacer algo. Siempre repetíamos el mismo proceso:
-Mama, ¿puedo (lo que quisiera hacer)?
-No
-¿Por qué, pero si a los demás les dejan?
En mi caso si que era cierto, no era la típica escusita, lo cierto es que al principio siempre me conforma con la primera negativa pero fueron pasando los años y ya no podía seguir así. Al menos me alegro de no haberle preguntado a mi madre muchas cosas y de que ella no se enterará o de que hiciera como que no se había enterado de lo que hacía.
– Cuando yo tenía tu edad mi madre no me dejaba hacer la mitad de cosas de las que puedes hacer tu ahora.
Cada vez que me decía eso yo me la imaginaba, no se, como en la edad media, con cinturón de castidad y encerrada en la más alta torre del reino, pero luego me ponía a pensar y mi madre es más o menos de la edad de Carlitos el de Cuéntame por lo que ya no se si exageraba o qué, el caso es que siempre le respondía lo mismo.
– Mama, pero es que tu no eres tu madre ni yo soy tu cuando tenías mi edad.
Con eso siempre la dejaba muda un rato, se iba, se lo pensaba y si me volvía a decir que no, repetíamos el proceso, si la respuesta seguía siendo negativa me ponía a interpretar uno de los personajes más recurrentes de mi vida: el hijo indignado y dolido. Me iba a mi cuarto y me tiraba en la cama sin responder a nadie, al final ella siempre se apiadaba de mi y cedía. Es más llegamos al punto de que se dio por vencida y ya solo me pide que la avise si no voy a casa a dormir, a cenar o si voy tarde.
Pero no solo ha habido cosas desquiciantes con mi madre, también tengo recuerdos que como mínimo son curiosos. Mi madre nunca pudo tirar la basura de día cuando yo era pequeño, por aquel entonces acababan de aparecer los contenedores con pedales y mi madre tenía que esperar a que un mico que tenía en casa se durmiera para poder tirarla tranquila y que este no se escalabrará o acabará dentro del contenedor vete tu a saber como, yo siempre fui muy dado a romperme la crisma en escaleras mecánicas, contra la mesita de café… (mi ceja izquierda todavía da fe de ello) era mejor no correr riesgos. En lo de ser una cabra loca también me parezco a ella.
Otra cosa que siempre le voy a tener que agradecer a mi madre es que me dejará acumular papeles de propaganda como si de un minidiógenes se tratara, ello me permitió hacer un montón de manualidades y desarrollar mi parte creativa. Mientras mi padre se empeñaba en compararme coches y pistolas mi madre siempre me dio a elegir, y como no yo iba a por pinturas, rompecabezas y demás. Pero no solo con los juguetes también con la ropa, de hecho alguna vez me llegó a comprar algo que no me gusto y todavía sigue por casa con la etiqueta puesta y en pesetas. Gracias a mi mamá soy la persona caótica y creativa de ahora.
Aunque una de las cosas que nunca podre conseguir de mi madre, será una foto. Parece que les tenga miedo como si le fueran a robar el alma al hacerle una, lo más que consigues hacerle es una de espaldas y si ella no se entera, de hecho esa es la razón por la que me ha tocado improvisar, en cinco minutos, el dibujo que ilustra esta entrada. Espero que algún día pueda tener una foto decente con ella, porque nos hemos juntado dos buenos, uno que siempre esta saliendo en las fotos aunque no quiera y otra que es imposible de retratar.