Aunque pueda sonar raro la Filosofía Pop existe: es una filosofía para la que no existe nada trivial y que es accesible a cualquiera que quiera entenderla. La Filosofía Pop nace de la conjunción del mundo cotidiano  y del pensamiento, que al colisionar en la experiencia hacen que se busque un sentido, que se dote a lo que experimentemos de un significado. No pretende erigirse como una atalaya ocupándose de los problemas metafísicos y del sentido de la realidad, requiere de lo cotidiano para poder existir, pretender dar respuesta a lo que sucede en el día a día. Al igual que Slavoj Zizek, recurriremos a elementos de la cultura popular para explicar la filosofía, para explicar ideologías, éticas, problemas sociales y a la luz de la propia filosofía o bien plantearemos preguntas que debe resolver la sociedad civil o el individuo y/o propondremos alguna solución. Adentrémonos en un modo pop de hacer filosofía.

Con una sola noticia nos hemos encontrado que se ha desatado una marea de juicios morales, ataques, denuncias y diligencias policiales, todo ello debido a la reacción en Internet que ha provocado la noticia, cuando otras, mucho más graves, no logran indignar tanto a la mayoría. Tras la muerte del matador (me niego a llamarle de otra forma y tampoco estoy diciendo nada que no pueda decirVíctor Barrio se desataron múltiples y muy variadas reacciones por las redes sociales. Pudimos leer tanto en Facebook como en Twitter quienes se lamentaban profundamente por la muerte del segoviano hasta quienes expresaban su alegría de que se produjera este hecho. A raíz de estas últimas opiniones es donde se desató la polémica. ¿Está bien alegrarse de la muerte de alguien? ¿Realmente los comentarios se alegraban de la muerte de un ser humano o se alegraban de otra cosa? ¿Es lícito publicar esos pensamientos y ser castigados por ellas?

Todas esas preguntas y lo que pasó después nos plantean muchas líneas diferentes a poder seguir que tienen que ver tanto con la ética como con la filosofía política. Abordemos en primer lugar el hecho de la «alegría» por la muerte de otro ser humano. Tradicionalmente hay dos concepciones básicas sobre la moral: una que es la capacidad que tiene el ser humano, en cuanto ser libre, de decidir que está bien o mal y actuar en consecuencia; la otra es la que considera que la moral trata sobre lo que es aceptable o no en relación con las costumbres y comportamientos regulados por una religión, una cultura, grupo, etc. Frente a los comentarios sobre la muerte del torero muchos los calificaban de inmoral y eso es un error, porque la moral que tiene un individuo no tiene que coincidir con la de otro. La cuestión la debemos situar en si es o no es ético alegrarse por el fallecimiento de un matador y si eso lo deberíamos hacer público.

La ética es la reflexión filosófica que se hace sobre la moral y que intenta extraer racionalmente de esta última una serie de reglas y normas universales sobre lo bueno y lo malo y como deberíamos actuar en consecuencia de ello. Ya hemos visto que la moral es algo privado o perteneciente a un colectivo y que por tanto no se puede intentar imponer a otros. La ética por su parte intenta buscar las mejores reglas y principios para todos, pero estas tienen que venir acompañadas de una justificación racional. Además la ética suele dar valor a las acciones o intenciones de las personas por lo que intentar dar valor a algo más allá de ello escaparía de su campo de estudio. Alegrarse por algo es una emoción, no es algo tangible y por tanto decir si una emoción es buena o mala es algo propio de la moral, no de la ética, incluso cuando el suceso que provoque esa alegría no sea sustancialmente bueno, la emoción en sí misma no es ni buena ni mala, es el hecho lo que sería malo.

Por lo tanto expresar alegría por la muerte de una persona solo puede ser moralmente condenable, pero como la moral no es algo universal y responde a muchos particulares, no es un juicio que se pueda universalizar. Tampoco es delito, al menos en España. Cuando asesinaron a Isabel Carrasco, por aquel entonces presidenta de la Diputación de León, las reacciones de la gente fueron bastante similares a las que nos hemos podido encontrar en las redes sobre la muerte de Víctor Barrio. Si miramos lo que ocurrió entonces y ahora podemos llegar a la conclusión de que no es delito alegrarse por la muerte de una persona, al igual que tampoco lo es decirlo públicamente. Los delitos de injurias (que atentan contra la dignidad de una persona), calumnias (imputar un delito a alguien con conocimiento de su falsedad) o amenazas, o incitar a cometer un delito es castigable por la ley, pero aún en el supuesto que se hayan cometido injurias contra el matador, el derecho al honor del mismo se acaba cuando fallece. Solo sería punible que se incitara a matar, tendría que hacer nacer las ganas de asesinar a otro con un comentario, cosa que es un tanto difícil con los 140 caracteres de un tweet o un simple estado de Facebook.

Decir que «ojalá todos los toreros corran la misma suerte pronto» tampoco es delito. Con esa frase no se incita al odio, a la violencia o se provoca la discriminación contra el colectivo de matadores españoles, no se atenta contra su honor ni nada por el estilo, tal y como parece que quieren hacer creer los colectivos que se dedican a torturar y matar a los toros. Otra cosa bien distinta es que se arremeta contra los familiares del difunto, como si que hemos visto que ha ocurrido en Twitter, ahí se está ejerciendo un tipo de violencia psíquica contra alguien emocionalmente frágil y en esa situación algunos de los comentarios vertidos podían llegar a ofenderlas y humillarlas. ¿Qué culpa tiene alguien de enamorarse, de querer a otro, aunque el oficio de ese otro pueda ser condenable ética y moralmente? Ninguna. Uno no elige enamorarse de quien se enamora, es algo que sucede y la mujer de Barrio no tenía la culpa de a lo que se dedicaba su marido y por tanto irle con gracias sobre la muerte de alguien a quien quería además de estar fuera de lugar es atentar contra el estado psíquico y emocional de alguien que no tenía culpa de nada.

Pero aquí nos llega la siguiente cuestión: es condenable la actitud de ciertas personas con los familiares del matador pero ¿y si las mismas opiniones no se vierten directamente contra ellos y se expresan de una forma libre y sin ánimo de ofenderles ni dañarles? Aquí podemos tomar el ejemplo del desafortunado comentario de un profesor que decía que bailaría sobre la tumba del matador y que ojalá corrieran la misma suerte toda su estirpe. A pesar del dudoso gusto y la reprobación moral del comentario, él no lo dirigió directamente hacia nadie, lo escribió en su muro de Facebook, expresando su opinión. El problema radica en que no parece haber un consenso entre lo que es y no es público en Internet y sobre todo en las redes sociales. Si para el filósofo alemán Jürgen Habermas la esfera pública es la que se articula entre la esfera privada y la política y esta tiene a su vez diferentes espacios de distinto rango y alcance ¿qué nos hace pensar que en Internet eso no pasa? Por mucho que una publicación se viralice hay ámbitos privados y semiprivados en las redes, incluso cuando estos comentarios se hacen de forma pública, porque una cosa es no avergonzarse de lo que uno piensa y otra entender que porque lo pueda leer cualquiera es de dominio público.

Yo mismo a raíz de una publicación sobre la muerte de Víctor Barrio recibí un comentario de alguien que no estaba ni siquiera entre mis amigos de Facebook ¿qué derecho tiene esa persona para entrometerse en lo que yo escribo o dejo de escribir sin una afán de exposición pública? Si nos guiásemos por esa lógica deberíamos de hacer lo mismo con las conversaciones que pudiéramos escuchas por la calle y eso es algo que no hacemos. Entendemos que aunque podamos acceder a ello no se desarrollan en un ámbito completamente público y que entrometernos atenta contra la privacidad de las personas que mantienen la conversación. Con las publicaciones en Facebook se debe de suponer lo mismo, no así con las de Twitter o en un blog ya que ahí la lógica es soltar pensamientos (a menos que se tomen medidas para controlar su privacidad) para que queden a disposición de quien quiera consultarlos. Así debemos entender que no todo lo que circula en la red es de dominio público, hay ámbitos que requieren de privacidad, aunque puedas llegar a verlos.

También en todas las interacciones cibernéticas parece que la gente solo leía y entendía lo que quería, mientras unos explicaban el porqué de sus opiniones e intentaban hacer ver que no era lo que se les acusaba de pensar, algunos supuestos guardianes de la moralidad salieron para reprobar esas actitudes. Las falacias y los saltos argumentativos comenzaron a darse como las flores tras las primeras lluvias al llegar la primavera, el discurso dejó de tener sentido para defender las creencias y las posturas personales. Mientras algunos decían que el matador se había merecido su fin por meterse ahí, otros intentaban decir que no, que al igual que los que saben que les puede pasar algo por practicar deportes de riesgo y mueren era lo mismo. En primer lugar no es lo mismo, la lógica que se esconde tras el argumento sobre el fallecimiento del matador es: si entras a una plaza a hacer sufrir a un animal y este intenta defenderse, solo tu eres el responsable de lo que te pueda pasar, eres tu quien asume un riesgo innecesario donde torturas a un animal que lucha por su vida, si mueres solo será consecuencia de tus propios actos. Si alguien que practica Fórmula 1 o paracaidismo muere no se merece morir, asume un riesgo si, pero la principal consecuencia de sus actos no es la muerte de otro ser vivo por lo tanto su propia muerte se debe a un fallo de los medios que se pusieron por su propia seguridad.

Para los que expresaron su alegría por la defunción de Barrio (o al menos a la mayoría) lo único que ocurrió es que se hizo justicia del modo más salomónico posible. Como en la ley gitana, si matas te matan. Para los que consideran que una vida humana tiene el mismo valor que la de un animal (a esto en ética se le llama postura antiespecista) que alguien que se dedica a asesinar y torturar reses por diversión es alegrarse no de la muerte en sí, si no de que esa persona ya no podrá hacer más daño a otro ser vivo y hacer un espectáculo de su sufrimiento. Entender esta línea de pensamiento no significa apoyarla, pero si evitar acusar a los demás de cosas que ellos nunca han dicho, de evitar discusiones sin sentido. Mientras se acusan unos a otros de intolerantes y de bárbaros se pierde el intento de entender y comprender, algo sumamente necesario para poder establecer un juicio y entablar una discusión que no se limite a un «eres malo y eso que has dicho eres malo» y «el malo eres tu por defender a matador».

Quizá debería preocuparnos más que se condene y se haya dado tanta importancia a las reacciones de la muerte de una sola persona y no se la demos cuando más muertes se producen fuera de nuestras fronteras. Quizá debería preocuparnos que no nos importa la dignidad como seres humanos, como algunos enarbolan contra otros, cuando vemos bien alegrarse por la muerte de un terrorista, de un violador o de un maltratador y no de alguien que ha dedicado su vida a hacer sufrir a otros animales ¿y si en vez de con toros lo hubiera hecho con perros? Quizá debería preocuparnos que algunos de los que piden respeto y honor por el fallecimiento de un matador no la pidan por la del obrero que pierda la vida por falta de medidas de seguridad o por las de cualquier otro trabajador que no tenía culpa de nada. Quizá debería preocuparnos que le demos más importancia a lo que personas anónimas digan en las redes sociales y no lo que una figura pública como Gabriel Picazo se refiriese a un partido político diciendo «Os queremos convertir en abono para las cunetas» ¿no incita eso más al odio y al honor? ¿no tiene más sentido defender antes los derechos de los vivos que los de los muertos?

También debemos de pensar hacia quien dirigimos nuestra empatía. Por naturaleza estamos «programados» para sentir el dolor de los de nuestra propia especie y en menor grado por los animales que comparten más rasgos físicos con nosotros. Es decir, seremos más empáticos con un mamífero como un gato o un perro que con una araña o una oruga. Pero al igual que la empatía es un mecanismo natural para la supervivencia de la especie la cultura también lo es, es un mecanismo intrínseco de la especie humana. Como todo lo que deriva de la naturaleza las cosas tienen que cambiar, no siempre todo funciona en todos los entornos. Por cultura y por tradición en Esparta se abandonaba a su suerte a los niños que nos coincidían con el canon esperado (eso o algo peor). Por cultura y tradición se perseguía a los diferentes físicamente por tener cualidades mágicas o diabólicas. Y así muchas otras atrocidades que por fortuna se han extinguido en su gran mayoría. El ser humano de hace dos mil años no es el mismo que el del presente, al igual que tampoco lo es el de hace cien años y el de ahora. Necesitamos adaptarnos a nuestro tiempo, a nuestras necesidades. Desarrollar una empatía mayor hacia otros seres vivos es una respuesta a empezar a entender que necesitamos de los otros animales para no cargarnos nuestro ecosistema y por lo tanto nuestra propia supervivencia.

Esa empatía es algo natural en nosotros mismos. Esa empatía nos pide que extendamos nuestras emociones de dolor cuando otros lo sienten y esto ya no solo se limita a nuestra especie. Nuestra propia evolución, tanto cultural como natural, nos pide ser más compasivos, por nuestro propio bien, por nuestra propia supervivencia. Somos más propensos a sentir empatía por las víctimas que por los verdugos. Es normal que se sienta más tristeza y más rabia por todos los toros asesinados en lo que algunos llaman fiesta y cultura que por un matador que ha fallecido ante un animal que solo buscaba su supervivencia. No nos hace menos humanos sentir más dolor por el toro que por el matador, nos hace más compasivos, más empáticos. Al igual que sentimos más dolor por la víctima de violencia de género que por el maltrador, aún cuando los dos hayan muerto. Sentir más pena, más dolor, más ira, etc. por la víctima que por quien comete el crimen es natural en nosotros. El matador aquí no es la víctima de nada, el animal sí.

Hoy por hoy y si me preguntan yo no he llorado ni lloraré por la muerte de Víctor Barrio. Tampoco puedo sentir pena o lástima, si por sus familiares, que han perdido a un ser querido y conozco muy bien esos sentimientos. Pero no puedo sentir empatía alguna con un ser que dedicó su vida a maltratar a otro ser vivo hasta su muerte e hizo de ello su profesión. No puedo sentir empatía por alguien a quien considero un sádico y un desalmado, no puedo llorar por ellos. Solo puedo sentir alegría de que ya no hagan más daño, de que haya en el mundo alguien menos dispuesto a hacer espectáculo del sufrimiento de otro animal, y es alegría de eso y no de su muerte en sí. Hoy por hoy si me preguntan por quien lloro no puedo responder que por el matador, yo lloro por los que han perdido a alguien querido, lloro por toda esa sangre inocente, esa sangre animal, que ha sido derramada por un supuesto arte y un espectáculo tan retrógrado como las peleas de perros, de gallos o el propio circo romano. Lloro por el intento de querer quitarnos nuestra libertad de expresión y por el intento de infundirnos miedo por decir lo que pensamos y lo que sentimos.

Alex Robles

Alex Robles

Tengo un máster en Filosofía especializado en Estética y Teoría de las Artes y se como utilizarlo para hacer crítica cultural, redactar, buscar tendencias como coolhunter, crear obras artistas desde un punto de vista multidisciplinar, hacer de estilista... Cualquier cosa relacionada con la cultura, la expresión o la comunicación forma parte de mí.

Alex Robles

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