In A Lonely Place
Era ya de noche, la niebla descendía por la montaña engullendo todo aquello que encontraba a su paso. Entre los árboles las criaturas se desperezaban entre las sombras y el aire frío. El bosque que cubría la falda de la montaña se encontraba dividido por una serpenteante carretera que ascendía hasta la cima, iluminada tan solo por los retazos de luz de luna y estrellas que se escapaban tímidamente entre el tamiz de los árboles de hoja caduca a punto de quedarse desnudos. Un coche ascendía robándole a la oscuridad el dominio de la montaña. Ariadna y Carlos iban de camino a la casa rural que había cerca de la cima. El equipo de música hacia rato que se había estropeado y los dos estaban muy callados. Ariadna miraba fijamente a la carretera, distraída y absorta en sus pensamientos, parecía casi un maniquí de porcelana con la piel tan blanca y el pelo tan perfecto, a pesar de que la capota del coche estaba bajada ya que también se había estropeado. Habían discutido desde que salieron de casa, por el equipaje, por el atasco, por la radio, por la capota hasta por las paradas que tuvieron que hacer por el camino. Carlos tenía la boca seca, desde hacía algún tiempo las cosas ya no iban tan bien como al principio, puede que la cosa se hubiera enfriado y el en parte se sentía culpable sin saber muy bien que es lo que había hecho. Al llegar una curva las luces iluminaron los ojos rojos de algún animal nocturno, cosa que él utilizo como escusa para poder hablar: -Que susto me ha dado el bicho ese ¿lo has visto? Ariadna seguía callada, absorta en su mundo, esta rígida y perfecta como una estatua de mármol, parecía que llevaba en esa postura miles de años y que nada sería capaz de moverla de su pose regia. Carlos le paso su brazo